samedi 30 juillet 2011

El mito de Sísifo Albert Camus

EL MITO DE SÍSIFO
Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de
una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado
con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin
esperanza.
Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales.
No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello
contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le llevaron a convertirse
en el trabajador inútil de los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con
los dioses. Reveló los secretos de éstos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por
Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Este, que conocía
el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a
la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestiales. Por ello
le castigaron enviándole al infierno. Hornero nos cuenta también que Sísifo había
encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su; imperio
desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de las
manos de su vencedor.
Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso
imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. Le ordenó que arrojara su
cuerpo insepulto en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y
allí, irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el
permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió
a ver el rostro de este mundo, a gustar del agua y del sol, de las piedras cálidas y del
mar, ya no quiso volver a la oscuridad infernal. Los llamamientos, las iras y las
advertencias no sirvieron de nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la
mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses.
Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz
por el cuello, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a los infiernos,
donde estaba ya preparada su roca.
Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus
pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su
apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se
dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta
tierra. No se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. Los mitos están hechos para
que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el
esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla
a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada
a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie
que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos
llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el
tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces cómo la piedra
desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volver
a subirla hasta las cimas, y baja de nuevo a la llanura.
Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca
de las piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento
pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como una
respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la
conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco
a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su
roca.
Si este mito es trágico lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué
consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de
conseguir su propósito? El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en
las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los
raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente
y rebelde, conoce toda la magnitud de su miserable condición: en ella piensa durante
su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo
tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio.
Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse
también con alegría. Esta palabra no está de más. Sigo imaginándome a Sísifo
volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la
tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la
felicidad se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón
del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado
pesada para poder sobrellevarla. Son nuestras noches de Getsemaní. Pero
las verdades aplastantes perecen de ser reconocidas. Así, Edipo obedece
primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que
sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo
que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase
desmesurada: "A pesar de tantas pruebas, mi avanzada edad y la grandeza de mi alma
me hacen juzgar que todo está bien". El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de
Dostoievski, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide
con el heroísmo moderno.
No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la
felicidad. "¡Eh, cómo! ¿Por caminos tan estrechos...?" Pero no hay más que un
mundo. La felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables.
Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo.
Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. “Juzgo que todo
está bien", dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo feroz y
limitado del nombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este
mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y la afición a los
dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los
hombres.
Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su
roca es su cosa. Del mismo modo, el hombre absurdo, cuando contempla su
tormento, hace callar a todos los ídolos. En el universo súbitamente devuelto a su silencio
se elevan las mil vocecitas maravilladas de la tierra. Llamamientos
inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso
necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la
noche. El hombre absurdo dice "sí" y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un
destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos, no hay más que uno al
que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese
instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su
roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte
en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por
su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es
humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en
marcha. La roca sigue rodando.
Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero
Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. El
también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece
estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta
montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para
llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a
Sísifo dichoso.
ALBERT CAMUS
El mito de Sísifo
Título original: Le mythe de Sisyphe
Traductor: Luis Echávarri
Revisión para la edición española de Miguel Salabert
Primera edición en "El Libro de Bolsillo"
Editions Gallimard, París, 1951
Editorial Losada, S. A., Buenos Aires, 1953

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